Dulce soledad que me acompañas y que en las noches te duermes a mi lado, con tu presencia hueca te recuestas, y me das entre las sombras tus manos. Dulce soledad, amiga mía, no me dueles ni me haces daño, aprendí a necesitarte y a estar a tu lado. Dulce soledad, pobre soledad, nadie te quiere y yo, sin embargo, te agradezco los silencios y el espacio, las horas que me escuchas atenta, y tus ojos y tu cuerpo imaginario.

lunes, 6 de junio de 2016

Entre los capítulos pendientes

Hace tiempo que no escribo. Y tampoco he transcrito los capítulos que tengo a mano. solo son dos y con muchos comentarios. Así que no se pueden dar por finalizados.

Pero hoy si me apetecía escribir. Tras un fin de semana que tan solo es el enlace entre el viernes y el lunes, mi mente no llega a descansar completamente. Siento mi cuerpo agotado, con tenues empujones de energía que no se como llega. Así que rebusco en lo mas profundo de mis ilusiones, tapadas del polvo de la cotidianidad de la vida, para cerrar los ojos, volver a la preadolescencía, a mi mundo de viajes y aventuras proporcionados por los libros y a las meriendas abundantes, sin otra preocupación que la de no manchar ni llenar demasiado de migas el libro. Ese olor a papel viejo, desgastado de tanto leer, pero que no por tantas veces leído dejaba de evocar  a mi imaginación. Es mas cada vez reconocía mas sensaciones, como si mis sentidos también viajasen en la lectura.

 Hoy es uno de esos días en que necesito sentirme aferrado al obenque de proa, a barlovento, con la caña fijada al rumbo de través navegando por mares lejanos. Cierro mis ojos y no imagino, siento la brisa del mar que presiona mi mejilla de barlovento, el olor de la espuma que el viento levanta en el agua indicando el camino a seguir, el sonido de las olas contra ese viejo casco de madera que se hocica como los delfines en las olas, para salir rápido a respirar pero que al mismo tiempo esas olas mecen al barco y a mi como a un bebe en una cuna, con la mano de una madre que te da la tranquilidad y y seguridad de su compañía. El ronroneo de la nana de las olas, con la proa buscando un horizonte donde el cielo y el mar se besan. Ese sitio donde quiero estar.

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